terça-feira, 23 de agosto de 2016

La playa


La playa
Por Maria João Matos

y más adelante pasaron junto a dos estacas,
encadenadas entre , pero separadas.
Como nosotros”, pensó el coronel.”
Al lado del río y entre los árboles, Ernest Hemingway

Amor, sal y arena. Recuerdos de una infancia lejana. Sonrisas de sol y estrellas. Manos entrelazadas, rizos despeinados. Dos idiomas, el suyo y el mío, que no necesitábamos comprender. Once años entonces. Miradas que bastaban para llenar los resquicios de las palabras. Musgo y líquenes y algas entre las sílabas. Deseos encerrados en abrazos que pensábamos eternos. Caracolas que susurraban nuestros secretos. Constelaciones como promesas, tatuadas en la piel morena.
Llegamos como se llega a un lugar desconocido: llevados por la ilusión y la brisa del mar. Pequeños pies decididos y caminando juntos. Almas descalzas aprendiendo a ser felices. Paseos al atardecer, puestas de sol, pisadas en la arena mojada. El día que comienza de verdad con la bajada de la marea. Memorias sólidas y arenosas. Efímeros castillos de sal y sueños en la orilla. Mensajes encriptados, notas bajo la mesa, sin que nadie nos viera. Aquella noche, un restaurante sencillo, una cena de varias familias. Robar un sitio a mi lado, y yo tan cercana en cualquier caso. Ventanas abiertas a los sueños. Primeros besos con sabor a mar. Nuestra playa como testigo. Días de verano.
Y después, un largo invierno de esperanzas. La distancia insolente que separa dos países con vistas al mismo mar. La ilusión de abrir el buzón, leer esas líneas, imaginarlo componiéndolas. Inventar su sonrisa cerrando los ojos. Días de lluvia y otoño. Disfrutar en soledad de esa misma playa. Pasear lunática entre nuestras huellas. Acomodar el paso al molde de nuestros pies, sentirlo mío, sentirme libre. Volver cada anochecer, buscando en el cielo una respuesta. Esa falta de aire, ese lugar donde poder volver, dejando siempre la puerta abierta.
Poco a poco, los días se alargan y empieza a brillar la misma luz renovada. Así sería, pensábamos entonces, cada verano. Sin excepción. La vuelta a ese lugar donde ser felices. Toda la vida en aquel primer reencuentro, condensada en aquel mes juntos. Y luego, sin advertirlo, sin remedio, el paso del tiempo. Inevitable, la adolescencia que roba espacio a la inocencia. Regalos del pasado difuminados que ya no podemos recibir. Pequeñas encrucijadas, miradas hacía diferentes futuros. Una mañana, al comienzo de uno de esos veranos, sin darnos cuenta, la infancia se marchó.